NO HAY NADA PEOR QUE CREÉRSELO MUCHO

He de reconocer una debilidad. Me dejo guiar demasiado por las portadas de los libros. Sobre todo, si en esa portada aparece entrecomillada una recomendación de alguien. Los editores ingleses y americanos son muy dados a ello (ahora parece ser que la moda se ha importado aquí, igual que el Halloween y cualquier día la chorrada esa de Acción de Gracias). Bueno, pues yo es leer "gripping" o "unexpected twist" y me lanzo con fruición al libro. En este caso, el comentario era mucho mejor: "El libro del que todo el mundo hablará el año que viene". Y pensé: yo no me espero al año que viene.
Pues me podía haber esperado tan ricamente al año que viene o al 2070. La cuestión es que el argumento es bueno: en un país desconocido, en una manifestación estudiantil, una joven (llamémosla X) es atropellada por un autobús. Y Lena (llamémosla Tania Sánchez) cree que el autor de la muerte es Viktor (llamémosle Pablo Iglesias), un político joven que a base de demagogia ha conseguido un puesto destacado en su partido, e incluso se postula para la presidencia (no sabemos si chalet hipo-hipotecado mediante). Junto a Lena-Tania se encuentra Olga (llamémosla Manuela Carmena), dueña de una librería que vende maría de tapadillo, y que cree a pies juntillas la versión de Lena.
Hasta ahí, muy bien. Pero aquí la autora se crece. Sí, porque ese es un pecado de los escritores: pensar que todos son Vargas Llosa. O Jessica Fletcher. Y no, esta es una pobre mortal, que pretende que intercalando monólogos de la tal Olga con un tal "S", parece que ya fallecido, y metiendo además una especie de obra de teatro entre medias (teatro del absurdo, por cierto), sin ningún interés, va a hacer de su librito una obra maestra. Y en lo que se ha quedado es en sujetapapeles o alzamesas, poco más.